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Vida y obra

Florencio de los Ángeles Molina Campos nació en Buenos Aires el 21 de agosto de 1891. Hijo de don Florencio Molina Salas y de doña Josefina del Corazón de Jesús Campos y Campos, miembros de una familia tradicional cuyos orígenes se remontan en el país a la época de la Colonia. Entre sus antepasados se cuentan los generales Luis María, Gaspar y Manuel Campos, entre otros.

 

Florencio Molina Campos, muy distante del ámbito castrense, pasó su infancia alternando entre

la Ciudad de Buenos Aires y los campos familiares en los pagos del Tuyú y General Madariaga, en

la provincia de Buenos Aires, y en Chajarí, provincia de Entre Ríos.
 

El 31 de julio de 1920 contrajo matrimonio en la Iglesia del Salvador con María Hortensia

Palacios Avellaneda, hija de don Rodolfo Palacios y de doña María Avellaneda -integrantes de

encumbradas familias tradicionales de nuestro país-, con la que inició su vida matrimonial en

un departamento ubicado en la calle Paraguay 339, en la ciudad de Buenos Aires.
 

El 11 de junio de 1921 nació la que sería su única hija, Hortensia, a la que llamaban "Pelusa". El matrimonio fracasó y -luego de varios intentos infructuosos, que incluyeron una estadía en Santiago del Estero administrando junto a uno de sus hermanos unos quebrachales de la familia de su mujer- finalmente se divorciaron en 1924, quedando Pelusa a cargo de su madre. En 1951 Pelusa se casó con Antonio “Buby” Gimenez, hijo único de una familia castrense tradicional. Transcurridos 11 años de matrimonio, nació el que sería también su único hijo, Gonzalo Gimenez Molina, con quien en 2003 fundó Molina Campos Ediciones, la pequeña empresa familiar dedicada a difundir la obra del artista.
 

En 1926, Florencio Molina Campos -a instancias de sus amigos y aprovechando que sus

antepasados eran socios fundadores de la Sociedad Rural Argentina y él había sido empleado

y en ese entonces ya era socio también - presentó su primera exposición en el Galpón de Palermo.

Su muestra fue visitada por el presidente de la Nación, Marcelo T. De Alvear, quien se convirtió en

ferviente admirador de su obra y lo premió otorgándole una cátedra en el Colegio Nacional Nicolás

Avellaneda.
 

Durante una exposición que llevó a cabo en Mar del Plata en el año 1927, Florencio conoció a una

joven mendocina, María Elvira Ponce Aguirre, a la que no volvió a ver por un largo período. Años

después formaron pareja y convivirían hasta la muerte de Florencio en el año 1959. Como en la

Argentina no se permitía el matrimonio de personas divorciadas, la pareja contrajo matrimonio

sucesivamente en Uruguay en 1932, en Estados Unidos en 1937 y, finalmente, por civil en Buenos

Aires el 9 de marzo de 1956, favorecidos por la Ley Perón.
 

En 1931 el pintor realizó su primer viaje a Europa y expuso en París. Más adelante viajaría infinidad de veces, invitado por diferentes gobiernos como representante cultural argentino. En esa época inició el contrato para ilustrar los almanaques de la firma Alpargatas, que se editarían desde el año 1931 a 1936, 1940 a 1945, 1961 y 1962. Constituyeron, quizá, su obra más difundida, y sobre ellos dijo Ruy de Solana: “los almanaques constituían un sinónimo elemental de lo barato y despreciable. Pero desde que este artista empezó a difundir sus trabajos por ese medio humilde y anual, los almanaques se convirtieron en la pinacoteca de los pobres”.
 

En 1941 Molina Campos estaba en Estados Unidos. Simultáneamente y como parte de la política exterior del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt para conquistar simpatías en Latinoamérica y también a raíz de un serio conflicto gremial en sus estudios del que prefería tomar distancia, Disney y su equipo viajaron a Sudamérica. Vino entonces a la Argentina con la férrea intención de conocer a Molina Campos para tratar de interpretar su secreto, su técnica, para dotar de movimiento a los caballos, ya que lograba que quien veía sus obras tuviera la sensación de que en cualquier momento continuarían moviéndose. En su ausencia, fueron recibidos por Elvirita en el rancho Los Estribos en Moreno. 

 

A partir de 1942 Molina Campos fue contratado como asesor técnico de los estudios de Walt Disney para colaborar en los rodajes de “El gaucho volador”; “Goofy se hace gaucho” y “El gaucho reidor”. Pero más allá de mantener una excelente relación con Disney, el trabajo no prosperó. Cuando Molina Campos se presentó en los estudios, Disney le mostró los avances que ya tenían hechos, con los defectos propios de una ejecución improvisada. A su pregunta de “porqué no me llamó antes” Disney no supo que contestar. Imaginaban que Molina Campos aprobaría todo, pero no lo hizo. Los reconvino y les dibujó pájaros, animales, y en una charla con más de 25 directores, hasta les mostró nuestras danzas. Tiempo después, el mismo Disney le confirmaría que harían la película, pero sólo para México. La conocemos como “Saludos Amigos”, en la que se confunden elementos culturales de Brasil, Chile y hasta de EE.UU., en torno a la identidad de un protagonista que pretende ser un gaucho argentino, lo que generó duras críticas, provocó gran dolor al pintor y permite valorar los profundos motivos por los que dejó de trabajar con Disney. Su voz quedó grabada en la versión en español de otro de los cortos, “El gauchito volador”, menos conocido pero más verosímil a la hora de retratar a nuestros paisanos.

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En 1944, el pintor formalizó un contrato que se extendería por 10 años en forma consecutiva con la firma norteamericana Minneapolis-Moline, para la que ilustró entre 1944 y 1958 una serie de almanaques similares a los de Alpargatas, pero que incluyeron - por sugerencia suya- maquinaria agrícola de esa empresa. Además, realizaron afiches, estampillas y naipes y se reprodujeron los cuadros en diarios y revistas. En 1951, editaron también 12 láminas de los originales de ese año.

 

El 16 de noviembre de 1959, superado por una enfermedad terminal, luego de una infructuosa

operación, Florencio Molina Campos murió en Buenos Aires. Sus restos permanecieron en la bóveda

familiar de la Recoleta hasta que, en la década del ‘70, fueron trasladados a instancias de Elvirita

al Cementerio de Moreno, en donde permanecen.

 

Fue la imagen de Florencio la del típico argentino, simpático, entrador, audaz, excelente bailarín,

con un envidiable carisma del que se valía para amenizar las reuniones a las que concurría. Poseía

un fuerte carácter, que rasaba en ocasiones el mal humor. Era amante de la música clásica, que

escuchaba durante las noches mientras pintaba.
 

No tuvo una visión comercial de lo que hacía. Pintaba porque le gustaba pintar. Cuando por la

guerra no entraba al país el papel Canson que utilizaba, pintó sobre cajas de ravioles, cuyo material

reunía a su entender buenas cualidades como soporte de su arte. Jamás proyectó su obra a futuro.

Vendía sus pinturas, sí, pero a precios sumamente módicos para la época, que sólo le permitieron

vivir decorosamente. Pintó infinidad de cuadros, probando con diversas técnicas.
 

Estos al igual que otros detalles de la vida de Molina Campos, surgen de la cuidada, respetuosa y estudiada biografía escrita por el Profesor Juan Carlos Ocampo, editada originalmente en 1980, y que luego de ser actualizada por su autor fue reeditada por Molina Campos Ediciones en el año 2003.

 

Su técnica de pintura y los cuestionamientos de la época.

 

En torno a sus obras se plantearon diversas controversias con otros artistas de la época. Una de ellas era por los horizontes, que él pintaba muy bajos, casi en una sexta parte de la altura de la pintura. Sostenía, y basta para darle la razón con mirar los paisajes tan ricos que tienen nuestras pampas, que los horizontes eran bajos, muy bajos.

Recibió críticas por pintar los paisajes extremadamente bajos, pero él decía que en nuestras pampas son exactamente así de largas. Con su visión de los personajes “en contrapicado” exaltaba respetuosamente la figura del trabajador rural, del hombre de campo. 

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Otro aspecto muy controvertido entonces era respecto a algunos dibujos en los que mostraba a

los caballos con las cuatro patas en el aire. A pesar de ser profundamente criticado por ello,

sostenía nuevamente que pintaba lo que veía. Cuando el cine perfeccionó sus técnicas, permitió

observar en las imágenes cuadro a cuadro que, efectivamente, hay un momento en el galope del

caballo en que sus patas sobrepasan a sus manos, y el animal está por una fracción de tiempo

totalmente en el aire.

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Definitivamente Molina Campos era un agudo observador y tenía una memoria fotográfica única.

Al respecto, cabe mencionar que debido a los numerosos y agudos detalles de sus obras, estas

han sido aceptadas como referente histórico para quienes deben “emprendar” un caballo, y los

jurados de tales disciplinas admiten el uso de tal o cual “pilcha” cuando quien la utiliza se remite

a alguna de sus pinturas.

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En sus dibujos siempre pintó a sus contemporáneos, dibujó a los paisanos como él los veía. Su técnica preferida era la témpera y con el tiempo incursionó en el óleo, pero el gran mérito de su obra -además de pictórico y documental- fue social, ya que le dio protagonismo y visibilidad a una mayoritaria y enorme fracción de aquella sociedad, la población rural, imprescindible y necesaria en la matriz productiva del país, pero que hasta ese momento estaba “incorporada al paisaje” pero no visibilizada en sus hábitos, tareas, juegos y costumbres. Nótese que en las pinturas de Molina Campos no hay vagos. Siempre pintó al hombre de trabajo, de alpargatas remendadas, de bombachas zurcidas, y a la mujer hacendosa, madraza y al frente del hogar. 

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En sus pinturas aparecen detalles casi insignificantes, pero que en conjunto nos transmiten esa sensación de que estamos viendo a un trabajador, no a un vago. Alambrados tensos: si acaso alguien se había trepado o algún animal los aflojó, fueron inmediatamente estirados. Jamás Alpargatas “bigotudas” o medias agujereadas; todo prolijamente zurcido. Las prendas del montado indican diferencias de clase y de bolsillo, pero siempre están enteras. Y cuando algo aparece en sus obras roto o agujereado, tiene una clara y concreta relación con la situación que pintó. 

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Justamente estos detalles son los que marcan la enorme diferencia con los cuadros “completados” y con los falsos ya que, si un falsificador tuviera la capacidad de visualizar y falsificar estos detalles, no sería un falsificador sino un artista per sé.

Sus dibujos para los almanaques de Alpargatas permitieron conocer el interior del país y a su gente, y a los observadores, percibir esos detalles maravillosos que lo convirtieron en el enorme artista que es.

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